La preocupación es considerada un recurso útil para resolver problemas cuando no está motivada por un estado de ansiedad intenso asociado a ésta.
De hecho, experimentar un mínimo de ansiedad cuando se valoran las posibles consecuencias negativas de una situación es lógico, siendo incluso necesario para fomentar la motivación de la persona hacia la acción.
Por ejemplo ante un examen, la valoración que podemos hacer sobre la posibilidad de suspenderlo podría ser una consecuencia negativa de esa situación. Si aparece ansiedad de forma adecuada, nos ayudará a concentrarnos y a mantener la activación suficiente para esforzarnos en hacer un buen examen. En este caso tener una actitud muy relajada no sería igual de motivadora. Ahora bien una ansiedad demasiada intensa puede bloquearnos o afectar a nuestra concentración y/ atención interfiriendo de forma negativa en la actividad que estemos desarrollando.
La mayoría de los problemas de ansiedad, sino todos, tienen entre sus características la aparición de la preocupación patológica.
Es cierto a su vez, que miedo y ansiedad son emociones básicas del comportamiento humano, estando presentes tanto en este tipo de problemas como en un funcionamiento normal.
Esta diferencia en el resultado del comportamiento estaría relacionada con el mantenimiento de estrategias cognitivas distintas en el procesamiento de la información, que provocarían que estas mismas emociones pudieran tanto aportar un gran beneficio a nuestras vidas como convertirse en fuentes de gran malestar.
Por ejemplo estar más atentos a las circunstancias negativas, interpretar las sensaciones físicas de ansiedad de forma dañina, esperar malos resultados, sentirse en peligro y no lograr ver seguridad posible… estaría en la línea para desarrollar un problema emocional relacionado con la ansiedad y con la preocupación incontrolable.
Por el contrario equilibrar la atención hacia la información negativa y positiva, tener más confianza en uno mismo y en los resultados que puede obtener, ver la situación de un modo menos amenazante o peligroso… nos permitiría tener un mejor manejo de esta emoción posibilitando el valerse de la preocupación de forma útil.
De este modo cuando la preocupación aparezca en nuestras vidas como un intento de resolver un problema concreto y más o menos cercano en el tiempo ayudándonos a planificar acciones para solucionarlo y vivamos este proceso de modo controlado, estaríamos haciendo un uso adecuado de la preocupación.
Si el problema en lugar de ser concreto o cercano, está relacionado principalmente con el miedo de poder sufrirlo o lo veamos más grave de lo que es, cuando además no logremos desconectar de la preocupación y sintamos que nos controla experimentando este proceso de forma continuada asociado a gran malestar sería conveniente buscar ayuda terapéutica para aprender a mejorar nuestra forma de preocuparnos.
Noemí Artigas
Psicóloga general sanitaria, colegiada M-26721